miércoles, 28 de junio de 2017

¿Una marica es un hombre?

Toda lucha y reivindicación de una minoría ha de venir necesariamente vinculada a la de otros sujetos oprimidos por un mal común. Este es un texto que pretende vincular la lucha marica con la feminista y reivindicar el uso del femenino como estrategia política emancipadora.

Los procesos de reivindicación han de sufrir mutaciones y desviarse de otros que ya han sido transitados o están en fase de tránsito, por esto y por más razones las maricas debemos usar el lenguaje de las mujeres que ya desde niñxs han sido nuestras aliadas.

Ningún maricón hubiera podido sobrevivir en el instituto sin su mejor amiga, sin esas niñas que otorgaban un espacio de seguridad en esa jungla patriarcal que es la socialización el colegio. Sin embargo, cuando una marica crece y se hace un hombre entiende que para tener un hueco en la sociedad y poder disfrutar de los privilegios ha de entrar en el terreno de la normalidad y justificar su existencia bajo la premisa de que un marica también es un hombre. Claro que no queríamos jugar en el bando de las mujeres porque ellas sí que lo tienen jodido.


La estrategia del acoso, tradicionalmente ha usado la técnica de utilizar insultos en femenino (nenaza, bujarra, maricona, mariquita, ) con el objetivo de bajarnos en el escalón del privilegio de la hombría. Y nosotras, criadas también bajo la lógica heteropatriarcal peleábamos con uñas y dientes alegando que no, que nosotras también somos hombres y que podemos llegar a ser tan normales como ellos, sin darnos ni siquiera cuenta que esa normalidad nos situaba en el bando del opresor. Recientemente esa señora llamada @eliad cohen, que se proclamó la elegida para normalizar a todas las nenazas televisivas de Telecinco,  la ha cagado muchísimo insistiendo en esta idea y dos meses después la volvió a cagar considerando en un cortometraje que las maricas respetables son hombres.

Esto pasó a nivel individual, pero también a nivel colectivo, ya que la lucha marica generó y degeneró una serie de estrategias internas que colocaban la masculinidad en el eje central de nuestra reinvindicación. Por ello, cuando empezó a configurarse el mariconismo como nicho de mercado, se configuraba en parte dentro de la reinvindicación de la masculinidad. El colectivo bear es un buen ejemplo de todo esto. (Yo super a favor de los brazos grandes de los hombres), pero teniendo muy presente que sucedió hace 50 años, medio siglo.

Esto nos trajo cosas buenas (el fetichismo de la masculinidad) pero también otras malas (situar lo femenino en el terreno de lo ¨no deseable¨para unos hombres como nosotros).

Pero mi objetivo con esto, es repensar qué ha pasado con la historia de la reivindicación marica y proponer estrategias diametralmente opuestas a estas, dando por sentado, que esa lucha por la masculinidad ya está ganada. Por ganada me refiero a que está tocada y hundida.

Ya todo el mundo heterosexual sabe que hay mariconas la mar de masculinas, que podemos ser jueces, políticos de derechas y magnates del petrodolar, sin embargo, nos sigue jodiendo la pluma, y nos sigue jodiendo que el resto del mundo vea la marcha del orgullo como 4 locas montadas en una carroza. Esto hace chico favor al colectivo, no todos somos así, también hay personas las mar de normales dentro de este circo.  Todavía no hemos superado estos insultos pueriles del colegio y ahora como marimilitantas seguimos cogiendo el altavoz para reivindicar que las maricas podemos llegar a ser muy hombras. 

A lo más que hemos llegado es a respetar y a tolerar la pluma (oye tía no te metas con las locas que son muy buenas personas, yo tengo muchas amigas locas). “Loca” esa palabra que estigmatiza por igual a dementes y mujeres. La palabra cordura se parece tanto a la palabra cuerda.

Pues bien, ahora yo me planteo si una marica es un hombre. Si las maricas tenemos que estar utilizando todo el rato el masculino para hablar entre nosotrxs, y si queremos/debemos bajarnos del peldaño del privilegio. Paco Vidarte decía que las maricas tenemos el presente y tenemos el futuro, pero que nos da un miedo horrible a mirarnos de niñas. Lleva toda la razón. Yo me planteo si ese miedo ha sido el mismo que nos ha hecho desvincularnos de las mujeres (reales) en nuestra vida adulta, en ese paraíso que hemos construido gracias en parte a los movimientos de reivindicación y gracias también los movimientos económicos que nos han convertido en nicho de mercado. Porque sí, lo queramos o no, somos un nicho de mercado y eso ha anulado nuestra rabia, nuestra capacidad de “odio”.

A mi me gusta mucho quejarme, y quedarme en minoría en mi día a día, eso para mí también es resistencia y nadie me lo va a quitar. También en minoría dentro una minoría. Yo no peleo con puños, ni insultos, ni tanques ni bombas. A mi me gusta pelear, con la palabra, con la volatilidad y la incomodidad que supone ocupar espacios que no están destinados para mi cómo hombre blanco de clase media (ese eufemismo que me sigue situando taaaan por encima).Pero también soy cobarde, porque habitualmente peleo desde mi zona de confort, pero eso ya es otro tema.

Ya sabemos que las maricas podemos ser muy masculinas, ahora tenemos que empezar/continuar a reivindicar nuestra feminidad. Hablemos de nosotras, digámonos nenas, establezcamos categorías, hagamos literalmente lo que nos salga del coño.

Ya nos apropiamos de la palabra maricón, y le quitamos su intencionalidad de odio. Entre las maricas las usamos y eso nos proporciona un vínculo la mar de interesante, porque generamos espacios de entendimiento que no cabe lugar si hay otra persona que no sea una marica.

Sobre si una marica es un hombre, yo diría que no o más bien no deberíamos de serlo. Empecemos a considerarnos mujeres. Nos oprime lo mismo, pero no de la misma manera, por ello, también diferenciemonos. Una marica es una mujer, pero no real. No es real, porque seguimos conservando y utilizando nuestros privilegios de hombre, por muy en femenino queramos hablar. Por supuesto la lucha trans también quiero que esté con nosotros. Por ello, hablemos de mujer cuando seamos maricas y hablemos de mujer real para referirnos a las mujeres cis y también a las trans.

Ocupemos el femenino todo el rato como estrategia para vincular a las mujeres en nuestros espacios. Vincularlas más todavía y devolverles esa fidelidad, entendimiento y respeto que ellas nos dieron en el colegio y que nos siguen dando cuando nos enamoramos de machirulos homosexuales. No olvidemos que lo que les aprieta a ellas es lo mismo que nos aprieta a nosotras. Ya sabéis a lo que me refiero, no voy a poner esa palabra aquí porque ya está muy manida. Estemos con ellas, de verdad, es el bando más libre. Estar con ellas también es mantenerse en la retaguardia, olvidar la primera fila desde la que nos ha educado, ser aliados, no líderes. No olvidemos también que el mundo está como está gracias al liderazgo sociopolítico de la masculinidad (incluyamos aquí también a Margaret Thatcher, Angela Merkel o Esperanza Aguirre, entre otros). Abandonar la primera línea es también pensar que por muy mujeres que nos sintamos seguiremos cobrando más que las mujeres reales y seguiremos andando sin mirar atrás en la noche.



Si ha sido todo lo vinculado a la masculinidad los que nos ha pisado tanto, ¿por qué seguir utilizándolo? ¿Cómo puede una estar cómoda dentro de un corsé? Tenemos que seguir usándolo, claro, pero también de una manera estratégica. Usándolo en espacios inseguros y para recalcar la negatividad de lo masculino.
Sabremos que esta estrategia funciona si:
  • ·         Incomoda a los chicos heteros dinamitando sus espacios.
  • ·         Incomoda a los maricones.
  • ·         Si las mujeres reales empiezan a utilizar la dicotomía mujer/mujer real.
  • ·         Si otras personas empiezan a usarlos aunque sea de manera irónica.
  • ·         Si te prohíben utilizar estas categorías.
  • ·   Si cuando te estés refiriendo en tercera persona en femenino te pregunten si te refieres a una mujer real o no.

Esta estrategia no es definitiva; toda buena estrategia acaba funcionando cuando pierden su razón de ser. Por lo tanto, usémosla y dejemos de usarla cuando terminemos de identificarnos con las mujeres.
También hay mujeres homofóbas, pero para mí, eso no son mujeres.

Sin mujeres reales no hay orgullo. Sin mujeres reales no hay mariconas.


#Stopplumofobiahombreya



  




domingo, 4 de junio de 2017

Diario de un voyeur



Había vuelto a mi vida sin ni siquiera sospecharlo; yo llegaba apresurado al metro como todos los días y el tren entraba en el andén cuando yo todavía no había terminado de bajar las escaleras. Gané la medalla de oro en los 12 metros obstáculos. 

Allí estaba él, de pie, consultando las notificaciones del día. Me puse de espaldas a él para que no sintiera mi mirada acosadora, esa mirada que meses atrás le dedicaba en exclusiva a cada uno de los detalles que formaban su figura. Pero yo, que no soy nueva en esto, me guardaba una carta bajo el brazo: podía ver su reflejo en el cristal que tenía enfrente.

Por fin, en la parada de Sants estació se bajaba una pasajera de la fila de asientos que había a su lado. Lástima que no podía verlo de frente. El destino me llamaba a ser discreta, a conseguir la victoria en la prudencia. Solo me quedaba mirarlo de reojo. 

Su chaqueta negra perfila el bulto de su pantalón, enmarcado en un precioso cinturón que lucía un día sí y un día no. El sumum de la sutileza. Eso me bastaba. Por fin se aposenta, y sus virtudes realzan su figura sentada. 

Todavía me perdía en cada uno de sus detalles; su pelo era fuerte y abundante con una ancha frente que desvelaba su cuarentidad. Su ropa, casi ejecutiva, bambas informales, camisa sin chaqueta. Su barba, lo suficientemente corta como para trabajar cara al público en cualquier administración y lo suficientemente larga para llamar mi atención. Sus gafas de concha, que se ponía y quitaba cada vez que miraba el móvil, las suficientes veces como para desvelar su coquetería. 

Por fín hoy no me había castigado con su indiferencia. ¿Habrá sido culpa de mi discreción o quizá había engordado tanto que ya no reconoce a su voyeur del metro?

Nadie